viernes, 3 de mayo de 2013

REGALO AL VIENTO


          CUENTO

La ansiedad me hizo volver. Toqué la puerta  de su antigua casa, salió ella y me abrazó. Estuvimos segundos en silencio. Los mismos mecedores de mimbre, el patio interior con las trinitarias enredadas y en lugar de la foto ampliada de su padre estaba la de él. Saqué un pañuelo y ella me dijo: yo no he llorado un solo día no lo hagamos ahora, por favor. Se paro y de un cajón sacó una foto:

- Esta es para ti-. Y la extendió. Tenía el lado izquierdo de la cara cubierto con una venda. ¡Tranquila! (al ver mi asombro), tuvieron que cortarle parte de la mandíbula inferior, una oreja y sacarle un ojo. No parece, ¿cierto?, la bufanda le protege la herida de la traqueotomía. ¡Guárdala! Fue lo último en pedir entre susurros indescifrables. Y continuó: ¿Le ves esta pierna diferente? (señalo la derecha), le sacaron hueso para injertarle en la mandíbula y como del ojo quedó la cavidad resolvieron cosérselo; tengo otra foto sin venda (la buscó entre muchas), ¿quieres verla? Fue un hijo maravilloso, renunció a casarse pensando en tu regreso. Esta foto (la besó) fue cuando le extrajeron un pulmón. Se volvió fuerte, ojalá lo hubieras visto tratando de mover los dedos para tamborilear el ritmo de la música. También le afecto el estómago, lo alimentaba con una jeringa a través de la manguerita que le dejaron conectada; yo le anunciaba es la sopa, el arroz y él se reía a pesar de sus labios entrecortados.

En los pequeños silencios de ella yo le detallaba sus manos arrugadas, temblorosas, con manchas color café. Su cabeza blanca brillaba y mantenía un deseo de hablar incontenible. Nada quedaba de aquel ser erguido e infranqueable. Sentí deseo de regresar al malecón y desaparecer como esa vez cuando hacía veinticinco años mojados y sentados en ese lugar, le agarré una mano y le conté sobre mi viaje. Hacía frío y el viento levantaba mi falda. Jugábamos a salpicarnos con la espuma plateada y corríamos hasta fundirnos en el agua. Él fue importante para mí, sin embargo, escogí el trabajo prometedor. Ese día nos besamos hasta faltarnos el aire, fue el símbolo de la despedida.  

A ella, le interesaba hablar e interrumpió: Te ves joven (pasó su mano por mi mejilla), cuando el médico aseguró la metástasis en el cerebro le pedí agilizara lo irremediable. ¿Quieres llevarte un poquito de sus restos? (Se paró rápido) Mira la cajita con llave (la abrió). Sus cenizas son negras quizá por el veneno de la quimio, continuaba, la cantidad alcanza para las dos, debes aprovechar para tener una parte de él.

Intenté decirle que no debía recibirle regalos, mi esposo no lo vería bien, pero empezó a vaciar el contenido en una caja de plástico. Parecía entregando a su hijo en ceremonia religiosa. La brisa sopló y espolvoreó las cenizas encima de los asientos, en nuestros vestidos, en cuanto agilizaba, más venteaba. Al terminar la demencial operación me entregó la caja con un poco de contenido, me despedí y salí para el malecón.

Este dejó de llamarse así ahora le dicen avenida primera. Las espumas son amarillentas y el mar golpea el muro que protege la calle, desapareció la arena, los cocoteros fueron reemplazados por palmas sembradas en materas y el olor salobre cambió por el de azufre. Perpleja, me senté a contemplar el mar buscando algún punto fijo reconocido. Con la caja en mis piernas recordé el procedimiento de los sistemas de cremación: incineran muchos cadáveres en un horno y al tercer día, cuando éste ha enfriado sacan con pala de albañil las cenizas que entregan a cada doliente en una caja con llave.

Abro la caja, coloco la foto y la brisa y el mar se encargan de lo demás.

Cuento escrito en Tolú, año 2010.

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