REGALO AL VIENTO
CUENTO
La ansiedad me hizo volver.
Toqué la puerta de su antigua casa, salió
ella y me abrazó. Estuvimos segundos en silencio. Los mismos mecedores de
mimbre, el patio interior con las trinitarias enredadas y en lugar de la foto
ampliada de su padre estaba la de él. Saqué un pañuelo y ella me dijo: yo no he
llorado un solo día no lo hagamos ahora, por favor. Se paro y de un cajón sacó
una foto:
-
Esta es para ti-. Y la extendió. Tenía el lado izquierdo de la cara cubierto
con una venda. ¡Tranquila! (al ver mi asombro), tuvieron que cortarle parte de
la mandíbula inferior, una oreja y sacarle un ojo. No parece, ¿cierto?, la
bufanda le protege la herida de la traqueotomía. ¡Guárdala! Fue lo último en
pedir entre susurros indescifrables. Y continuó: ¿Le ves esta pierna diferente?
(señalo la derecha), le sacaron hueso para injertarle en la mandíbula y como
del ojo quedó la cavidad resolvieron cosérselo; tengo otra foto sin venda (la
buscó entre muchas), ¿quieres verla? Fue un hijo maravilloso, renunció a
casarse pensando en tu regreso. Esta foto (la besó) fue cuando le extrajeron un
pulmón. Se volvió fuerte, ojalá lo hubieras visto tratando de mover los dedos
para tamborilear el ritmo de la música. También le afecto el estómago, lo
alimentaba con una jeringa a través de la manguerita que le dejaron conectada;
yo le anunciaba es la sopa, el arroz y él se reía a pesar de sus labios
entrecortados.
En los pequeños
silencios de ella yo le detallaba sus manos arrugadas, temblorosas, con manchas
color café. Su cabeza blanca brillaba y mantenía un deseo de hablar incontenible.
Nada quedaba de aquel ser erguido e infranqueable. Sentí deseo de regresar al
malecón y desaparecer como esa vez cuando hacía veinticinco años mojados y
sentados en ese lugar, le agarré una mano y le conté sobre mi viaje. Hacía frío
y el viento levantaba mi falda. Jugábamos a salpicarnos con la espuma plateada
y corríamos hasta fundirnos en el agua. Él fue importante para mí, sin embargo,
escogí el trabajo prometedor. Ese día nos besamos hasta faltarnos el aire, fue
el símbolo de la despedida.
A
ella, le interesaba hablar e interrumpió: Te ves joven (pasó su mano por mi
mejilla), cuando el médico aseguró la metástasis en el cerebro le pedí
agilizara lo irremediable. ¿Quieres llevarte un poquito de sus restos? (Se paró
rápido) Mira la cajita con llave (la abrió). Sus cenizas son negras quizá por
el veneno de la quimio, continuaba, la cantidad alcanza para las dos, debes
aprovechar para tener una parte de él.
Intenté
decirle que no debía recibirle regalos, mi esposo no lo vería bien, pero empezó
a vaciar el contenido en una caja de plástico. Parecía entregando a su hijo en
ceremonia religiosa. La brisa sopló y espolvoreó las cenizas encima de los
asientos, en nuestros vestidos, en cuanto agilizaba, más venteaba. Al terminar
la demencial operación me entregó la caja con un poco de contenido, me despedí
y salí para el malecón.
Este
dejó de llamarse así ahora le dicen avenida primera. Las espumas son
amarillentas y el mar golpea el muro que protege la calle, desapareció la arena,
los cocoteros fueron reemplazados por palmas sembradas en materas y el olor
salobre cambió por el de azufre. Perpleja, me senté a contemplar el mar
buscando algún punto fijo reconocido. Con la caja en mis piernas recordé el
procedimiento de los sistemas de cremación: incineran muchos cadáveres en un
horno y al tercer día, cuando éste ha enfriado sacan con pala de albañil las
cenizas que entregan a cada doliente en una caja con llave.
Abro
la caja, coloco la foto y la brisa y el mar se encargan de lo demás.
Cuento escrito en Tolú, año 2010.
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