PARADOJA DEL GUERNICA
Antonio
Espeleta, funcionario de la dirección del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, salió temprano de su apartamento en Nueva York para evitar la parálisis
del transporte que ocurriría por cuenta de las nevadas anunciadas y además por
la ansiedad que le producía las decisiones que debían tomar ese 27 de enero,
sobre el bombardeo en Irak. Prefirió caminar las cuadras que lo separaban del
edificio y en la plazoleta, buscó como de costumbre la reproducción del cuadro
pintado por el artista español Pablo Picasso, puesta ahí desde 1955; por el
contrario encontró un gran telón azul cubriendo el tapiz y junto a él un
tumulto de periodistas entrevistando al Secretario General. Le preguntaban sobre
la paradoja de decidir sobre una guerra delante del cuadro cuya representación,
de mujeres, niños y animales muestran el horror y el sufrimiento de un
bombardeo. No escuchó la respuesta del Secretario y se aisló del grupo para
situarse debajo del telón.
Erguida
y desafiante encontró la imponente copia del lienzo de siete metros; observa a
la izquierda el toro con medio cuerpo negro, la cabeza con luz por las ráfagas
en posición de fuerza, agresión y dominio; las manos, pies y un niño de brazos,
maltratados, caras desfiguradas por el dolor y en el centro, un caballo en
representación de la resistencia del pueblo vasco; una mujer de facciones finas
en actitud agresiva y otra imagen femenina (evoca la de su madre) que quiere
salir de su encierro, grita, llora y mira la única ventana de escape del
terror.
Revive
la historia del primero de mayo de 1937, contada muchas veces por su padre y
cuando apenas tenía edad de entender, en la que su pueblo natal, Guernica, fue
bombardeado por el nazismo y devastados diez kilómetros a la redonda llevándose
consigo a la población entera, incluida su madre. Reconstruye la imagen de su
padre contándole, cómo escaparon del holocausto, las explosiones, la oscuridad del cielo y el ruido de cañones,
la salida apresurada del hospital con él acabado de nacer, los cuatro pisos por
las escaleras en llamas, suficientes para provocar la hemorragia que cegó la vida
temprana de su madre. Guernica y sus alrededores fueron borrados en cuatro
horas.
El
día lo describiría en blanco y negro, tonalidades de grises como el fondo del
cuadro, cuestionó su presencia en el lugar, la misión de la organización y el
tiempo perdido en sesiones interminables para evitar la decisión. Bajó las
escaleras, dio la espalda y cabizbajo sin rumbo se perdió en la turbulenta
ciudad. Al regreso, en la tarde, la ciudad se había tornado blanca por la nieve
y el frío había ocultado las señales de vida. Leyó una noticia que decía: “El
calvario de las mujeres iraquíes que darán a luz en medio de las bombas en
Bagdad“. Antonio, compró el periódico y leyó: “Sobre su cama del hospital Al Hayat, Hind tiembla todavía luego de la
hemorragia que tuvo como secuela de la cesárea que le practicaron para dar a
luz su hija. Muchas mujeres pedirán se les practique una cesárea anticipada antes
del bombardeo decretado para el 20 de marzo”. Comprobó que con él o sin él continuarán burlando el recuerdo
del Guernica, en nombre de la libertad.
Cuento escrito por la declaratoria de guerra aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a Irak en 2006.
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