- Cuando me río de mi es porque me acuerdo de ti
- Con lo que he gastado para tener un amante, hubiera comprado un marido y tuviera dinero sobrante
- Borrón y Cuenta nueva, durante el año repito lo mismo en circunstancias diferentes
- No puedo olvidar el pasado es el que mantiene mi presente
- Con un pasado turbulento el presente puede ser vergonzoso
- El ocio sirve para pensar en ellos
- La decisión mato al gato; la curiosidad al pez y al hombre la insensatez
- La indecisión en lo que quiero me hace sentir estúpida.
- Mi inteligencia es menor de lo que proyecto, por suerte solo yo lo se
- Si lo que vivo en los cuarenta, lo pienso en los 50 y sucede en los 60, no llegare a los 70
sábado, 25 de mayo de 2013
CURIOSIDADES
martes, 14 de mayo de 2013
LA CARTA QUE MERECIA UNA RESPUESTA
Sonó el teléfono y me asusté. Al otro lado dijo una voz emocionada:
-Laura, voy a enviarte una carta muy larga que te escribí,
activa el fax.
Al escuchar que colgaron creí en una equivocación, en
fracción de segundos reconocí la voz. Una corriente de frío atravesó mi cuerpo
y envidié en ese momento a los que no saben leer. Activé el botón. Cuando
empezó a rodar el papel identifiqué la letra desdibujada por el calor de la
máquina; sin duda, confirmaba la segunda oportunidad que tienen algunos
muertos. Con la carta tibia entre mis manos empecé a leer:
“Llegué a la quinta avenida a las
siete y treinta de la mañana para comprarte flores. El deseo del encuentro me llevaba como autómata, no oía el bullicio de la ciudad. Vestía la chaqueta negra de cuero que más te gustaba y me había quitado la
barba. Mi intención era lograr que dijeras sí. De repente una turba corría
despavorida y me empujaron, caían vidrios, el cielo se oscureció y sin entender
nada quedé envuelto en un tumulto. Escuché sin precisión que había ocurrido un
accidente aéreo en la ciudad. No supe cuánto tiempo pasó y lanzado por una
fuerza inexplicable me tiré al suelo y algo estalló. Se desplomaron los edificios gemelos más altos de la ciudad, me
enteré después”.
Me sonrojé. Dejé de leer, suspiré sacando el aire ahogado en
mi pecho, me latía el corazón y el estómago en forma acelerada. Sin poder
contenerlo lloré, recordé que durante cuatro años lo busqué entre sus amigos y
conocidos, hablé con su familia, requerí del apoyo de los organismos de seguridad,
embajadas, medios de comunicación. Le seguí el rastro en sus documentos. En
cada sitio dejé mis datos para que me informaran sobre su paradero. Tenía
presente la última llamada diciéndome que desayunaríamos juntos y esperándolo
oí la desgracia ocurrida en la ciudad. A pesar de no estar en su recorrido la
quinta avenida, lo averigüé en las listas de desaparecidos de la catástrofe.
Intenté romper la carta y me arrepentí:
“Petrificado
por los gritos, sangre y ambulancias seguí tendido en el suelo hasta que un
militar tocó mi espalda y me dijo: arriba, súbase al vehículo. Me incorporé y
ante mí un camión atestado de hombres de mi color con rasgos asiáticos. Pidió
mi pasaporte y moviendo la cabeza dijo: - ¿así que es de dónde son los
terroristas?, -señor, soy Iraní, le contesté-. Fui conducido a una oficina
pequeña, tomaron datos y embarcado en un avión, despojado de celular, dinero y
las flores que llevaba para ti quedaron en el camino”.
Cada frase, cada palabra se fueron
convirtiendo en puntillas afiladas en mi piel. Volvió a la memoria la lectura
angustiosa de las listas de muertos, los tres años visitando morgues y oficinas
de fiscales, los cerros de documentos guardados y fotos del desaparecido, las
reuniones donde repetía los hechos disque como forma de hacer un duelo. Ese
tiempo fue una muerte a pedacitos. Y justo cuando ya no pensaba en él, apareció
esta carta. Salí hacía el baño y recostada contra el lavamanos la desdoble:
“Aterrizamos
en una isla. Con trabajos forzados transcurrió el tiempo de oscuridad y
desesperanza. No les valió mi inocencia. Me comunicaba con el mar y con él te
envié muchos mensajes. Pasaban las
Navidades y ahora estoy como refugiado en Trípoli. ¿Entenderás lo
ocurrido? Quiero cumplir la cita y recuperarte. Llamaré si respondes mi
carta” La
rompí con rabia, la suerte me estaba jugando una segunda mala pasada. Volví del
baño, cerré la oficina y me fui.
UN AÑO DESPUÉS:
Querido Halil:
Doy respuesta a tu
carta para decirte que lamento lo ocurrido. El sufrimiento no fue menor para
mí. Viviría dichosa si el tiempo perdido quedara en el recuerdo y la
posibilidad de nuestro encuentro resurgiera como brota el agua en las montañas.
Comunícate conmigo, también me gustaría verte. Con amor, Laura”.
Envié la
carta, no sé si la recibió y si la leyó. Seguiré esperando porque mi CARTA TAMBIÉN MERECÍA UNA RESPUESTA.
Cuento escrito con motivo del desastre de las Torres
Gemelas.
PARADOJA DEL GUERNICA
Antonio
Espeleta, funcionario de la dirección del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, salió temprano de su apartamento en Nueva York para evitar la parálisis
del transporte que ocurriría por cuenta de las nevadas anunciadas y además por
la ansiedad que le producía las decisiones que debían tomar ese 27 de enero,
sobre el bombardeo en Irak. Prefirió caminar las cuadras que lo separaban del
edificio y en la plazoleta, buscó como de costumbre la reproducción del cuadro
pintado por el artista español Pablo Picasso, puesta ahí desde 1955; por el
contrario encontró un gran telón azul cubriendo el tapiz y junto a él un
tumulto de periodistas entrevistando al Secretario General. Le preguntaban sobre
la paradoja de decidir sobre una guerra delante del cuadro cuya representación,
de mujeres, niños y animales muestran el horror y el sufrimiento de un
bombardeo. No escuchó la respuesta del Secretario y se aisló del grupo para
situarse debajo del telón.
Erguida
y desafiante encontró la imponente copia del lienzo de siete metros; observa a
la izquierda el toro con medio cuerpo negro, la cabeza con luz por las ráfagas
en posición de fuerza, agresión y dominio; las manos, pies y un niño de brazos,
maltratados, caras desfiguradas por el dolor y en el centro, un caballo en
representación de la resistencia del pueblo vasco; una mujer de facciones finas
en actitud agresiva y otra imagen femenina (evoca la de su madre) que quiere
salir de su encierro, grita, llora y mira la única ventana de escape del
terror.
Revive
la historia del primero de mayo de 1937, contada muchas veces por su padre y
cuando apenas tenía edad de entender, en la que su pueblo natal, Guernica, fue
bombardeado por el nazismo y devastados diez kilómetros a la redonda llevándose
consigo a la población entera, incluida su madre. Reconstruye la imagen de su
padre contándole, cómo escaparon del holocausto, las explosiones, la oscuridad del cielo y el ruido de cañones,
la salida apresurada del hospital con él acabado de nacer, los cuatro pisos por
las escaleras en llamas, suficientes para provocar la hemorragia que cegó la vida
temprana de su madre. Guernica y sus alrededores fueron borrados en cuatro
horas.
El
día lo describiría en blanco y negro, tonalidades de grises como el fondo del
cuadro, cuestionó su presencia en el lugar, la misión de la organización y el
tiempo perdido en sesiones interminables para evitar la decisión. Bajó las
escaleras, dio la espalda y cabizbajo sin rumbo se perdió en la turbulenta
ciudad. Al regreso, en la tarde, la ciudad se había tornado blanca por la nieve
y el frío había ocultado las señales de vida. Leyó una noticia que decía: “El
calvario de las mujeres iraquíes que darán a luz en medio de las bombas en
Bagdad“. Antonio, compró el periódico y leyó: “Sobre su cama del hospital Al Hayat, Hind tiembla todavía luego de la
hemorragia que tuvo como secuela de la cesárea que le practicaron para dar a
luz su hija. Muchas mujeres pedirán se les practique una cesárea anticipada antes
del bombardeo decretado para el 20 de marzo”. Comprobó que con él o sin él continuarán burlando el recuerdo
del Guernica, en nombre de la libertad.
Cuento escrito por la declaratoria de guerra aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a Irak en 2006.
viernes, 3 de mayo de 2013
REGALO AL VIENTO
CUENTO
La ansiedad me hizo volver.
Toqué la puerta de su antigua casa, salió
ella y me abrazó. Estuvimos segundos en silencio. Los mismos mecedores de
mimbre, el patio interior con las trinitarias enredadas y en lugar de la foto
ampliada de su padre estaba la de él. Saqué un pañuelo y ella me dijo: yo no he
llorado un solo día no lo hagamos ahora, por favor. Se paro y de un cajón sacó
una foto:
-
Esta es para ti-. Y la extendió. Tenía el lado izquierdo de la cara cubierto
con una venda. ¡Tranquila! (al ver mi asombro), tuvieron que cortarle parte de
la mandíbula inferior, una oreja y sacarle un ojo. No parece, ¿cierto?, la
bufanda le protege la herida de la traqueotomía. ¡Guárdala! Fue lo último en
pedir entre susurros indescifrables. Y continuó: ¿Le ves esta pierna diferente?
(señalo la derecha), le sacaron hueso para injertarle en la mandíbula y como
del ojo quedó la cavidad resolvieron cosérselo; tengo otra foto sin venda (la
buscó entre muchas), ¿quieres verla? Fue un hijo maravilloso, renunció a
casarse pensando en tu regreso. Esta foto (la besó) fue cuando le extrajeron un
pulmón. Se volvió fuerte, ojalá lo hubieras visto tratando de mover los dedos
para tamborilear el ritmo de la música. También le afecto el estómago, lo
alimentaba con una jeringa a través de la manguerita que le dejaron conectada;
yo le anunciaba es la sopa, el arroz y él se reía a pesar de sus labios
entrecortados.
En los pequeños
silencios de ella yo le detallaba sus manos arrugadas, temblorosas, con manchas
color café. Su cabeza blanca brillaba y mantenía un deseo de hablar incontenible.
Nada quedaba de aquel ser erguido e infranqueable. Sentí deseo de regresar al
malecón y desaparecer como esa vez cuando hacía veinticinco años mojados y
sentados en ese lugar, le agarré una mano y le conté sobre mi viaje. Hacía frío
y el viento levantaba mi falda. Jugábamos a salpicarnos con la espuma plateada
y corríamos hasta fundirnos en el agua. Él fue importante para mí, sin embargo,
escogí el trabajo prometedor. Ese día nos besamos hasta faltarnos el aire, fue
el símbolo de la despedida.
A
ella, le interesaba hablar e interrumpió: Te ves joven (pasó su mano por mi
mejilla), cuando el médico aseguró la metástasis en el cerebro le pedí
agilizara lo irremediable. ¿Quieres llevarte un poquito de sus restos? (Se paró
rápido) Mira la cajita con llave (la abrió). Sus cenizas son negras quizá por
el veneno de la quimio, continuaba, la cantidad alcanza para las dos, debes
aprovechar para tener una parte de él.
Intenté
decirle que no debía recibirle regalos, mi esposo no lo vería bien, pero empezó
a vaciar el contenido en una caja de plástico. Parecía entregando a su hijo en
ceremonia religiosa. La brisa sopló y espolvoreó las cenizas encima de los
asientos, en nuestros vestidos, en cuanto agilizaba, más venteaba. Al terminar
la demencial operación me entregó la caja con un poco de contenido, me despedí
y salí para el malecón.
Este
dejó de llamarse así ahora le dicen avenida primera. Las espumas son
amarillentas y el mar golpea el muro que protege la calle, desapareció la arena,
los cocoteros fueron reemplazados por palmas sembradas en materas y el olor
salobre cambió por el de azufre. Perpleja, me senté a contemplar el mar
buscando algún punto fijo reconocido. Con la caja en mis piernas recordé el
procedimiento de los sistemas de cremación: incineran muchos cadáveres en un
horno y al tercer día, cuando éste ha enfriado sacan con pala de albañil las
cenizas que entregan a cada doliente en una caja con llave.
Abro
la caja, coloco la foto y la brisa y el mar se encargan de lo demás.
Cuento escrito en Tolú, año 2010.
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