WILLIAM OSPINA
Escritor Tolimense, Colombiano (1954)
Siguiendo la trayectoria de este admirado historiador y después de haber leído algunas de sus obras me encontré este texto en el Blog Café de los sabores Bibliófilos de Marcelo Castillo y me tomé la libertad de traer el escrito a mi blog por lo oportuno, acerca de la lectura de AURORAS DE SANGRE, URSUA, EL PAIS DE LA CANELA y con motivo del lanzamiento de su novela "La Serpiente sin ojos".
Dice Marcelo:
'La
serpiente sin ojos'
William Ospina lanza su novela que
conforma la trilogía sobre la vida del conquistador navarro Pedro de Ursúa
El libro,
abierto en la página 173, profundizaba en los versos endecasílabos que escribió
en los años de mil quinientos y tantos Juan de Castellanos. Eran la historia de
la conquista, con sus horrores y proezas. Eran la Historia, en mayúsculas, que
durante siglos estuvo enterrada, y que rescataron a medias Ulises Rojas, Miguel
Antonio Caro y Mario Germán Romero. Él había comenzado a conocerla sin
conocerla siendo muy niño, cuando recorría las tierras del norte del Tolima a
las que había llegado su bisabuelo desde Sonsón, y se preguntaba qué, cuándo,
cómo, por qué. “Ellos, mi abuelo y su padre, buscaban guacas de indígenas.
Incluso, alguna tierra la pagó con el dinero que había conseguido por las
guacas”. El interrogante para William Ospina era claro e inmenso: “¿Dónde
estaban, entonces, los indígenas?”.
Luego, ya de
adolescente, cuando las letras de Shakespeare y de Borges, y los poemas de
Rubén Darío, Luis Carlos López, Pablo Neruda y Barba Jacob lo habían devorado,
supo que los indígenas de aquellos lares se habían extinguido en el siglo XVI.
Después, muchos años más tarde, en un encuentro de poesía colombiana en tiempos
de la Conquista, en la Casa Silva, se enteró con mayores detalles del poema que
había escrito durante más de 30 años Juan de Castellanos, Elegías de varones
ilustres de Indias. “Descubrí que era el más extenso de la historia en América
y que había sido ignorado por siglos, pero sobre todo, fue maravilloso
encontrarme con el libro y con lo que había ocurrido”.
En el
comienzo de su libro Las auroras de sangre, Ospina escribiría a finales de los
años 90 que “la irrupción de América no fue un episodio histórico cualquiera,
no fue una guerra más: fue un hecho decisivo de la historia y cambió al mundo.
Aunque no compartiéramos la idea de Borges de que las grandes hazañas deben
perdurar en la poesía, o la de Homero de que el mundo quiere cantar sus
desdichas, o la de Hölderlin de que, a pesar de los méritos abundantes del
hombre, lo que perdura lo fundan los poetas, un fenómeno de esa magnitud, que supuso
el trasplante de razas enteras y la mutación de costumbres y lenguas, y que
inauguraba un mundo, tendría que haber dejado una vasta poesía”.
Luego, por
más de 450 páginas, relató la historia. La vida de Juan de Castellanos, su
infancia en Alanís, su posible llegada a América en 1539, su estadía en la isla
de Cubagua, sus tropiezos, victorias, amores y desamores, su arribo a Tunja ya
como clérigo, sus años allí como beneficiado de la Catedral. “Más me sorprendió
que en aquel tiempo hubiera un español interesado de ese modo, no en la
Conquista ni en el oro, sino en América”. Ospina hizo el relato del relato de
Castellanos. Visitó Alanís, conoció su pasado, de pueblo celta a parte del
Imperio romano, de enclave árabe a terruño español. Vivió en Tunja, recorrió
las calles que había recorrido el poeta, palpó y aprehendió los muros de su
casa y escribió, año tras años. Uno, dos cinco, ocho.
Las auroras
de sangre fueron el comienzo de su interminable y profunda visita a los tiempos
de la Conquista. Luego publicó Ursúa, la vida de Pedro de Ursúa, uno de los
primeros conquistadores españoles que recorrieron y lucharon América. La
sangre, la sumisión, el odio, la búsqueda insaciable, los riesgos, las
mentiras, las sublevaciones, la vida y la muerte, las selvas y las llanuras,
los ríos, las serpientes, los tigres, el mar...
Detrás de
cada motivo volvía a aparecer Juan de Castellanos, sus descripciones y sus
versos, los caballos heridos, los remiendos en la nariz de Pedro de Heredia,
los nuevos nombres y las nuevas palabras. Al final de aquellas 500 páginas, ni
él, Castellanos, ni Ursúa, se habían agotado. Uno velaba las historias. El otro
las protagonizaba. Por eso Ospina retornó en El país de la canela y La
serpiente sin ojos a la Conquista. “Venían de todas partes y cada uno tenía un
pasado —escribió en el capítulo número 25 de su última obra—. ‘Yo nunca les
pregunto por sus orígenes’, me dijo Ursúa en el astillero, ‘puedo presumir que
todos guardan una historia turbia, pero aquí llegan buscando la oportunidad de
ser valientes, de ser héroes y de ser ricos’. Lo cierto es que casi se veía en
sus rostros que no sólo andaban buscando un futuro sino huyendo de recuerdos
tortuosos, maquinando la mejor manera de vengarse de su propio pasado”.
Contó el
viaje hacia el Amazonas de don Pedro de Ursúa, sus amores con Inés de Atienza,
su estúpida decisión de llevársela consigo. “Y lo que pasó fue la tragedia de
Ursúa y de ella, y la expedición terminó en manos de Lope de Aguirre”,
comentaría él, y escribiría, “Pero cuando Lorenzo de Salduendo perdió el favor
de Aguirre, el déspota lleno de espadas y cuchillos, que controlaba por el
terror los campamentos, siempre rodeado por su guardia siniestra y con Antón
Llamoso convertido en su sombra, la suerte de la hermosa Inés estaba decidida”.
El destino
de escritor le llegó a Ospina luego de haber intentado ser periodista en una
agencia de noticias y publicista. Un día, dijo, suele decir, “dio el triple
salto mortal”. La Odisea que había leído a los nueve años lo volvía a tentar,
ahora con otros miles de títulos y otros autores y decenas de cientos de
poemas. Habló entonces de “la superstición de las palabras”. De la magia de
escribir, del creer que una palabra, una frase, pueden cambiar una vida, y del
buscar en esa palabra, en esa frase, la vida. “Uno cree que las palabras
influyen, marcan, determinan. De ahí surge el destino de un escritor”. Él era
escritor y lo sigue siendo. Primero, como poeta (Hilo de arena, La luna del
dragón, El país del viento); luego como ensayista (¿Dónde está la franja
amarilla?, Es tarde para el hombre), y más tarde, como historiador y novelista
y poeta de nuevo, pues jamás ha comprendido una obra sin que fuera una amalgama
de verdad, belleza, inteligencia y profundidad.
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