21 DE JULIO Al abrir la ventana, una ráfaga de aire agrio se coló por mi nariz. Observé las casas con los techos desvencijados y su quietud perturbada por el gorjeo de palomas cuyo acelerado caminar por encima, pronosticaban la destrucción. Me detuve unos segundos. Estornudé. Agarré la manija y cerré. Escogí el vestido amarillo, por aquello de la buena suerte y pasé a la ducha. Debía llegar a tiempo al Comité. Frente al espejo me di palmaditas en la cara. Abrí la llave y no encontré agua. Estornudé de nuevo. Hice lo indispensable y salí. La falta de agua en el cuerpo presagia malestar. Sé que el sudor de la noche se convierte en olor ácido en la mañana, al medio día en almizcle y por la tarde, huele a chivo. Llegué al salón. Ahí, sentada a la cabecera de la mesa, la directora, se abanicaba con una carpeta. Tomé asiento al otro extremo. Ella organizó documentos, recogió su cabellera y cruzó las manos dejando ver un anillo morado y sus uñas largas, pintadas de rojo. Interrumpió una alarm